miércoles, 27 de agosto de 2008

EMPTY SPACES

Vivimos en un mundo lleno de voces pero sin oído. Existe algo tan esencial en nuestra vida, que es la comunicación y aún no sabemos cómo manejar este don. Nosotros, los seres humanos en general, existimos de tal forma a través de la comunicación y, a través de ella, la interacción con otros individuos. El talento biológico que poseemos, la voz, sirve como instrumento para establecer dichas comunicaciones y nos dan la posibilidad de transmitir nuestros pensamientos, nuestros sentimientos con la finalidad de ser escuchados, entendidos, comprendidos y también para persuadir y ganar influencia o confianza. Pese que la comunicación suele manifestarse en cuatro dimensiones (la difusión, la estructuración, la interacción y la expresión, el verdadero corazón de la comunicación es la interacción. Tal como dijo Niklas Luhmann: "Todo lo que es comunicación es sociedad (...) La comunicación se instaura como un sistema emergente, en el proceso de civilización. Los seres humanos se hacen dependientes de este sistema emergente de orden superior, con cuyas condiciones pueden elegir los contactos con otros seres humanos. Este sistema de orden superior es el sistema de comunicación llamado sociedad." Por lo tanto, la clave está en la elección. 

Y no sólo elegimos a los interlocutores sino también el idioma, el gesto, el medio de comunicación. Estas relaciones suelen o bien acabar en el círculo de amistades o bien en conocidos. La diferencia está simplemente en el acto de nuestra comunicación: lo que decimos o no decimos marca profundamente las relaciones interpersonales, por lo tanto, cada uno tiene en su poder la decisión de con quien establecer dichas relaciones. Al fin y al cabo, según diversos sociólogos, las interacciones pueden generar diferente tipos de sociedades. Una sociedad marcada por la persecución del propio bien del individuo (es decir, a través de una actuación egoísta), una interacción entornada en un conjunto dentro de la sociedad (p.ej. un equipo de fútbol con un objetivo de ganar el partido), una sociedad basada en normas cuyos partícipes tienen un rol definido y que deben cumplir (el incumplimiento se castiga) y una sociedad basada en el interaccionismo simbólico, es decir, en un intercambio de normas y valores para poder establecer el verdadero sentido de estas normas. Lo que tiene común estas distintas teorías es la necesidad del individuo de comunicar. Da igual cómo, si a través de la voz, la escritura, la imagen y el video. Da igual quién, si se trata de familia, amigos, conocidos, desconocidos. La comunicación es la que importa. 

Entonces, ¿por qué fracasamos en muchos casos? Personalmente he llegado a la conclusión que lo que aquí falla son las intenciones de los locutores, la falta de transparencia de las verdaderas intenciones. Varios utilizan la propia interacción para poder perseguir sus propias intenciones que, al mismo tiempo, suelen afectar negativamente a su interlocutor. ¿No parece esto algo conocido? Claro, el típico "amigo" que aprovecha la amistad para luego criticarle a sus espalda. El típico "amigo" que establece el círculo de amistades a través de la exclusión de otros individuos. El típico "amigo" que aprovecha la confianza de su compañero para luego conseguir el afecto de otra persona. El típico "amigo" que finge ser su amigo cuando en realidad le detesta. El típico "amigo" que se rie de los males de otras personas. Por lo tanto, para qué sirve conocer tantas teorías, normas y virtudes si el propio individuo que las va proclamando como la ley suprema abusa de ellas para lograr sus propias intenciones. Y, ¿lo más triste de todo? Que traicionamos tanto a nuestros amigos para algo tan intangible como el espacio. Y así seguimos...