jueves, 24 de abril de 2008

LA MEMORIA DUELE Y ENSEÑA

Hoy dedicaré el post a uno de los tres escritores contemporáneos que marcaron por siempre mi conciencia, mi forma de ser y mi decisión de envolucrarme más en temas de conflictos y paz. Se trata de Eduardo Galeano (y el segundo es el escritor J.M. Coetzee y el tercero Antoni Negri, por si os interesa). El otro día en el programa de Telemonegal, Ferrán nos hizo recordar al eminente escritor (y también periodista) de una de las grandes obras de la historia de la humanidad "Las venas abiertas de Latinoamérica". Al mismo tiempo y coincidiendo con la festividad de Sant Jordi, me tomé la libertad de daros un artículo de Galeano de hace unos 3 años, en el momento de la aparición del famoso gas en zonas donde vivían mayoritariamente indígenas y que refleja muy bien su capacidad expresiva, su genio en escribir frases que critica de forma latente la conducta y la inmoralidad del ser humano. Combina muy bien el estilo literario narrativo con un gran llamamiento político, un llamamiento para dejar por fin atrás estos valores vacíos proclamados por los países ricos y hacer por fin caso a los gritos de millones de personas que sufren cualquier tipo de injusticia.

Leí por primera vez este artículo en un seminario sobre la actualidad de Latinoamérica en mi universidad de Bochum en el cual la profesora (que por cierto es uruguayana) nos dejó varios recopilaciones de textos de Galeano para que los tradujéramos en alemán. No es fácil ya por si traducir este texto (ya que soy politóloga y no traductora), pero más aún no ha sido fácil traducir frases en el cual cada vez que las leías te dabas cuenta de lo mal que está este mundo. Si este artículo ya fue un desafío para mi propia conciencia, pues ya os podeis imaginar como estuve en su momento al leer "Las Venas Abiertas de Latinoamérica." Escalofriante, ya que somos nosotros, el ser humano, que cometemos estos horrores, y no los monstruos, vampiros, zombies o extraterrestes o cualquier otro bicho raro ficticio que sale en la TV o en el cine. Esto es la realidad y ya es bastante dura.


El país que quiere existir - Eduardo Galeano (2003)

Una inmensa explosión de gas: eso fue el alzamiento popular que sacudió a toda Bolivia y culminó con la renuncia del presidente Sánchez de Lozada, que se fugó dejando tras sí un tendal de muertos.

El gas iba a ser enviado a California, a precio ruin y a cambio de mezquinas regalías, a través de tierras chilenas que en otros tiempos habían sido bolivianas. La salida del gas por un puerto de Chile echó sal a la herida, en un país que desde hace más de un siglo viene exigiendo, en vano, la recuperación del camino hacia el mar que perdió en 1883, en la guerra que Chile ganó.

Pero la ruta del gas no fue el motivo más importante de la furia que ardió por todas partes. Otra fuente esencial tuvo la indignación popular, que el gobierno respondió a balazos, como es costumbre, regando de muertos las calles y los caminos. La gente se ha alzado porque se niega a aceptar que ocurra con el gas lo que antes ocurrió con la plata, el salitre, el estaño y todo lo demás.

La memoria duele y enseña: los recursos naturales no renovables se van sin decir adiós, y jamás regresan.


Allá por 1870, un diplomático inglés sufrió en Bolivia un desagradable incidente. El dictador Mariano Melgarejo le ofreció un vaso de chicha, la bebida nacional hecha de maíz fermentado, y el diplomático agradeció pero dijo que prefería chocolate. Melgarejo, con su habitual delicadeza, lo obligó a beber una enorme tinaja llena de chocolate y después lo paseó en un burro, montado al revés, por las calles de la ciudad de La Paz. Cuando la reina Victoria, en Londres, se enteró del asunto, mandó traer un mapa, tachó el país con una cruz de tiza y sentenció: “Bolivia no existe”.

Varias veces escuché esta historia. ¿Habrá ocurrido así? Puede que sí, puede que no.

Pero la frase ésa, atribuida a la arrogancia imperial, se puede leer también como una involuntaria síntesis de la atormentada historia del pueblo boliviano. La tragedia se repite, girando como una calesita: desde hace cinco siglos, la fabulosa riqueza de Bolivia maldice a los bolivianos, que son los pobres más pobres de América del Sur. “Bolivia no existe”: no existe para sus hijos.


Allá en la época colonial, la plata de Potosí fue, durante más de dos siglos, el principal alimento del desarrollo capitalista de Europa. “Vale un Potosí”, se decía, para elogiar lo que no tenía precio.

A mediados del siglo dieciséis, la ciudad más poblada, más cara y más derrochona del mundo brotó y creció al pie de la montaña que manaba plata. Esa montaña, el llamado Cerro Rico, tragaba indios. “Estaban los caminos cubiertos, que parecía que se mudaba el reino”, escribió un rico minero de Potosí: las comunidades se vaciaban de hombres, que de todas partes marchaban, prisioneros, rumbo a la boca que conducía a los socavones. Afuera, temperaturas de hielo. Adentro, el infierno. De cada diez que entraban, sólo tres salían vivos. Pero los condenados a la mina, que poco duraban, generaban la fortuna de los banqueros flamencos, genoveses y alemanes, acreedores de la corona española, y eran esos indios quienes hacían posible la acumulación de capitales que convirtió a Europa en lo que Europa es.

¿Qué quedó en Bolivia, de todo eso? Una montaña hueca, una incontable cantidad de indios asesinados por extenuación y unos cuantos palacios habitados por fantasmas.


En el siglo diecinueve, cuando Bolivia fue derrotada en la llamada Guerra del Pacífico, no sólo perdió su salida al mar y quedó acorralada en el corazón de América del Sur. También perdió su salitre.

La historia oficial, que es historia militar, cuenta que Chile ganó esa guerra; pero la historia real comprueba que el vencedor fue el empresario británico John Thomas North. Sin disparar un tiro ni gastar un penique, North conquistó territorios que habían sido de Bolivia y de Perú y se convirtió en el rey del salitre, que era por entonces el fertilizante imprescindible para alimentar las cansadas tierras de Europa.


En el siglo veinte, Bolivia fue el principal abastecedor de estaño en el mercado internacional.

Los envases de hojalata, que dieron fama a Andy Warlhol, provenían de las minas que producían estaño y viudas. En la profundidad de los socavones, el implacable polvo de sílice mataba por asfixia. Los obreros pudrían sus pulmones para que el mundo pudiera consumir estaño barato.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Bolivia contribuyó a la causa aliada vendiendo su mineral a un precio diez veces más bajo que el bajo precio de siempre. Los salarios obreros se redujeron a la nada, hubo huelga, las ametralladoras escupieron fuego. Simón Patiño, dueño del negocio y amo del país, no tuvo que pagar indemnizaciones, porque la matanza por metralla no es accidente de trabajo.

Por entonces, don Simón pagaba cincuenta dólares anuales de impuesto a la renta, pero pagaba mucho más al presidente de la nación y a todo su gabinete.

El había sido un muerto de hambre tocado por la varita mágica de la diosa Fortuna. Sus nietas y nietos ingresaron a la nobleza europea. Se casaron con condes, marqueses y parientes de reyes.

Cuando la revolución de 1952 destronó a Patiño y nacionalizó el estaño, era poco el mineral que quedaba. No más que los restos de medio siglo de desaforada explotación al servicio del mercado mundial.


Hace más de cien años, el historiador Gabriel René Moreno descubrió que el pueblo boliviano era “celularmente incapaz”. El había puesto en la balanza el cerebro indígena y el cerebro mestizo, y había comprobado que pesaban entre cinco, siete y diez onzas menos que el cerebro de raza blanca.

Ha pasado el tiempo, y el país que no existe sigue enfermo de racismo.

Pero el país que quiere existir, donde la mayoría indígena no tiene vergüenza de ser lo que es, no escupe al espejo.

Esa Bolivia, harta de vivir en función del progreso ajeno, es el país de verdad. Su historia, ignorada, abunda en derrotas y traiciones, pero también en milagros de esos que son capaces de hacer los despreciados cuando dejan de despreciarse a sí mismos y cuando dejan de pelearse entre ellos.

Hechos asombrosos, de mucho brío, están ocurriendo, sin ir más lejos, en estos tiempos que corren.


En el año 2000, un caso único en el mundo: una pueblada desprivatizó el agua. La llamada “guerra del agua” ocurrió en Cochabamba. Los campesinos marcharon desde los valles y bloquearon la ciudad, y también la ciudad se alzó. Les contestaron con balas y gases, el gobierno decretó el estado de sitio. Pero la rebelión colectiva continuó, imparable, hasta que en la embestida final el agua fue arrancada de manos de la empresa Bechtel y la gente recuperó el riego de sus cuerpos y de sus sembradíos. (La empresa Bechtel, con sede en California, recibe ahora el consuelo del presidente Bush, que le regala contratos millonarios en Irak.)

Hace unos meses, otra explosión popular, en toda Bolivia, venció nada menos que al Fondo Monetario Internacional. El Fondo vendió cara su derrota, cobró más de treinta vidas asesinadas por las llamadas fuerzas del orden, pero el pueblo cumplió su hazaña. El gobierno no tuvo más remedio que anular el impuesto a los salarios, que el Fondo había mandado aplicar.

Ahora, es la guerra del gas. Bolivia contiene enormes reservas de gas natural. Sánchez de Lozada había llamado capitalización a su privatización mal disimulada, pero el país que quiere existir acaba de demostrar que no tiene mala memoria. ¿Otra vez la vieja historia de la riqueza que se evapora en manos ajenas? “El gas es nuestro derecho”, proclamaban las pancartas en las manifestaciones. La gente exigía y seguirá exigiendo que el gas se ponga al servicio de Bolivia, en lugar de que Bolivia se someta, una vez más, a la dictadura de su subsuelo. El derecho a la autodeterminación, que tanto se invoca y tan poco se respeta, empieza por ahí.

La desobediencia popular ha hecho perder un jugoso negocio a la corporación Pacific LNG, integrada por Repsol, British Gas y Panamerican Gas, que supo ser socia de la empresa Enron, famosa por sus virtuosas costumbres. Todo indica que la corporación se quedará con las ganas de ganar, como esperaba, diez dólares por cada dólar de inversión.

Por su parte, el fugitivo Sánchez de Lozada ha perdido la presidencia. Seguramente no ha perdido el sueño. Sobre su conciencia pesa el crimen de más de ochenta manifestantes, pero ésta no ha sido su primera carnicería y este abanderado de la modernización no se atormenta por nada que no sea rentable. Al fin y al cabo, él piensa y habla en inglés, pero no es el inglés de Shakespeare: es el de Bush.


Tomado de: Página/12, Buenos Aires, domingo 19 de octubre de 2003.





martes, 15 de abril de 2008

MI PLACEBO SOY YO



Cortar el ojo: cortar con las ideas convencionales, con las ilusiones, con la realidad que veemos. 

Cuantas veces he deseado de escapar de este mundo y sumergerme en otra realidad, tomar otros caminos, desaparecer del mundo completamente. Al igual que Sartre, yo cada vez estoy convencida de que estoy condenada a mi propia libertad, a mi forma de ser, no tengo otra opción: no puedo escapar de ella. He huído tantas veces en mi vida y no hay duda: ella siempre vuelve: la melancolía mezclada con tristeza y un toque de paranoia. Da igual que dejé atrás mi pueblo donde crecí y me fui a Bochum, da igual que dejé Bochum y me vine a Barcelona. Nunca falla: ella vuelve, ella siempre está ahí. 

Sí, es verdad, hubo una temporada que estuve muy bien, que pensaba que todo iba tener un rumbo, un camino. Pero como se dice también en una película: una cosa es conocer el camino, otra es caminarlo, me di cuenta de que la vida me lo pone cada vez más difícil en cualquier aspecto, sea personal o laboral. Siempre he intentado no fallar nunca a mis propios valores, he sido correcta con cualquier persona, he mantenido la discreción en muchos aspectos cuando en realidad lo que deseaba era romperla. Pero no falla: en los momentos menos esperados, cuando creí que encontré por fin el camino que me traería lo que siempre busqué (tranquilidad y felicidad), ahí está, de nuevo, para fastidiarlo.  

Y cada vez me doy cuenta de lo engañoso que es la palabra ilusión; muchas veces suele ser lo que la palabra nos indica: engaño. Tendré que tener cuidado en el futuro cuando aplico este concepto en mi vida, ya que casi siempre suele acabar así: ilusión = deseo = sueño = engaño = decepción. Al andar se hace camino, dice otro poeta exiliador, puede que sea lo que tengo que hacer: seguir caminando, seguir viviendo, para que la melancolía no me alcance. Sí, creo que es lo que debería hacer... Supongo... Pero no sé si lo lograré sola sin mi placebo...


Moon river, wider than a mile
I’m crossing you in style some day
Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you’re goin’, i’m goin’ your way

Two drifters, off to see the world
There’s such a lot of world to see
We’re after the same rainbow’s end, waitin’ ’round the bend
My huckleberry friend, moon river, and me

(moon river, wider than a mile)
(i’m crossin’ you in style some day)
Oh, dream maker, you heart breaker
Wherever you’re goin’, i’m goin’ your way

Two drifters, off to see the world
There’s such a lot of world to see
We’re after that same rainbow’s end, waitin’ ’round the bend
My huckleberry friend, moon river, and me



¡Cuántas canciones me acompañan en los momentos más tristes y melancólicos de mi vida! 

*sniff*

martes, 8 de abril de 2008

THOUGHTS OF A DYING ATHEIST - MUSE

Eerie whispers
trapped beneath my pillow
won't let me sleep
your memories

I know you're in this room
I'm sure I heard you sigh
floating in-between
where our worlds collide

It scares the hell out of me
and the end is all I can see
and it scares the hell out of me
and the end is all I can see

I know the moment's near
and there's nothing we can do
look through a faithless eye
are you afraid to die?

It scares the hell out of me
and the end is all I can see
and it scares the hell out of me
and the end is all I can see

viernes, 4 de abril de 2008

EL DÍA EN EL QUE MURIÓ LA ESPERANZA




"Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos."

Martin Luther King


Hoy se cumplen 40 años del asesinato de Martin Luther King, un reverendo y al mismo tiempo activista del Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos para los afroamericanos y también galardón del Premio Nobel de la Paz. En el momento de la actualización del Blog de hoy, he encontrado una interesante foto de Martin Luther King en el cual al fondo se ve una foto de Mahatma Gandhi, para mí un personaje imprescendible del Siglo XX y al cual me considero una gran admiradora. Martin Luther fue un gran defensor de sus filosofías de la no violencia, de la aplicación de la palabra antes de las armas, de la desobedencia civil. Intentó aplicar esta filosofía a una sociedad acostumbrada por la tradición del uso de armas, de la filosofía bíblica “ojo por ojo” y de la distinción social y racial (los blancos, los caucasianos, los negros, los amarillos, etc.) Pero precisamente esa tradición será la que le traicionará, le asesinará y le convertirá consecuentemente en el mártir por su lucha por los Derechos Civiles.

Me entristece reconocer pero, que después de 40 años del asesinato de Martin Luther King seguimos luchando por valores inferiores y en cierta forma absolutamente innecesaria cuando al mismo tiempo millones de personas padecen de injusticias como la hambre, la sed, la discriminación racial y social. Considero que éstas son las verdaderas preocupaciones en las que tenemos que luchar en contra para crear finalmente lo que nosotros siempre proclamamos: la humanidad. ¿Quiénes somos nosotros, que vivimos en la sociedad de la más mimada, para decidir lo que está bien y lo que está mal? Me entristece que cada vez que dedicamos un segundo, una página, un artículo, un libro, un documental, una película a este gran defensor, sus palabras resuenan como un eco y no tiene destinatario. Parece como una canción repetida en un disco, un disco rallado que no pasa a la siguiente canción porque hay algo que lo impide y nadie está ahí para pasar la aguja a la siguiente canción. ¡Ya nadie oye sus canciones! ¡Qué triste!

"Humildemente me esforzaré en amar, en decir la verdad, en ser honesto y puro, en no poseer nada que no me sea necesario, en ganarme el sueldo con el trabajo, en estar atento siempre a lo que como y bebo, en no tener nunca miedo, en respetar las creencias de los demás, en buscar siempre lo mejor para todos, en ser un hermano para todos mis hermanos. La fuerza no procede de las facultades físicas, sino de una voluntad invencible."

Mahatma Gandhi


miércoles, 2 de abril de 2008

Auf der anderen Seite (Al otro lado)

Auf der anderen Seite (Al otro lado)

Mis palabras son, sin duda, las de un migrante, y las de un minoritario. Pero me parece que reflejan una sensibilidad cada vez más compartida por nuestros contemporáneos. ¿No es característico de nuestra época haber convertido a todos los seres humanos, de algún modo, en migrantes y minoritarios? Todos estamos obligados a vivir en un mundo que se parece muy poco al terruño del que venimos, todos hemos de aprender otros idiomas, otros lenguajes, otros códigos; y todos tenemos la impresión de que nuestra identidad, tal como nos la venimos imaginando desde la infancia, se encuentra amenazada.

(Identidades Asesinas, Amin Maalouf)

La última película de Fatih Akin “Auf der anderen Seite” refleja tres historias en las cuales las vidas de seis personas de distintas nacionalidades se cruzan involuntariamente por varios acontecimientos. La película en sí me acordó al ensayo de Amin Maalouf sobre las identidades asesinas, un texto en el cual Amin (él mismo es inmigrante) nos explica las razones por la existencia de fundamentalismos y movimientos destinados a la defensa de la propia identidad y cultura. Analiza temas como la emigración, inmigración, identidad y distinciónFatih Akin denuncia también en mayor grado la desintegración y la pérdida de valores de los individuos en sociedades postmodernas. De nuevo, Fatih Akin nos expone su principal tema de la multiculturalidad en la sociedad alemana, una sociedad cada vez más marcada por su larga historia de imigrantes de la década de los 50 y 60. Ahora su segunda y tercera generación de hijos, con estudios acabados, licenciados, forma parte de esta cultura, son empleados con trabajos fijos, escritores, periodistas, músicos, directores. Es por eso, que en la película, el libro que regala Nejat a su padre es la última novela de Selim Özdogan, un escritor alemán de origen turco al que se le considera ya parte de la cultura contemporánea alemana. ¿Por qué se le sigue dando estas características discriminatorias (en sentido de distinción)?

Muchos se han ido de su tierra natal, y muchos otros, sin irse, ya no la reconocen. Ello se debe sin duda, en parte, a una característica permanente del espíritu humano, que tiene una inclinación natural a la nostalgia, pero se debe también a que al acelerarse la evolución hemos recorrido en treinta años lo que antaño sólo se recorría en muchas generaciones. Asimismo, la condición de migrante ya no es únicamente la de una categoría de personas separadas de su medio nutricio, sino que además ha adquirido un valor ejemplar. El migrante es la víctima primera de la concepción “tribal” de la identidad. Si sólo cuenta con una pertenencia, si es absolutamente necesario elegir, entonces el migrante se encuentra escindido, enfrentado a dos caminos opuestos, condenado a traicionar o a su patria de origen o a su patria de acogida, traición que inevitablemente vivirá con amargura, con rabia.

Todos sabemos, que para un nativo que nunca ha salido de su hogar, es difícil de imaginarse la situación de un individuo que decide abandonar su país por razones decisivas, pero aún es más difícil imaginarse un hijo de un inmigrante nacido en el país de acogida, que vivió toda su vida ahí, fue al colegio, instituto, universidad, que mantiene contactos sólo con nativos y que tenga mejor conocimiento lingüístico que sus amigos nativos. ¿Por qué se les pone difícil a la hora de concederle la nacionalidad? ¿Por qué sigue en este caso habiendo discriminación social?

Para acabar, considero que este abstracto del libro explica muy bien una parte esencial de la película, que es lo de sentirse un inmigrante:

Antes de ser inmigrante, se es emigrante. Antes de llegar a un país se ha tenido que abandonar otro, y los sentimientos de una persona hacia la tierra que abandona no son nunca simples. Si se va es porque hay cosas que rechaza: la represión, la inseguridad, la pobreza, la falta de horizontes. Pero muchas veces ese rechazo está acompañado por un sentimiento de culpabilidad. Hay personas cercanas a las que siente haber abandonado, una casa en la que ha crecido, tantos y tantos recuerdos agradables. Hay asimismo lazos que persisten, los de la lengua o la religión, y también la música, los compañeros de exilio, las fiestas, la cocina. Paralelamente, no son menos ambiguos sus sentimientos hacia el país de acogida. Si se ha ido a vivir a él es porque espera hallar allí una vida mejor, para sí mismo y para los suyos; pero junto a esa esperanza ve con recelo lo desconocido porque la relación de fuerzas es desfavorable para él; teme verse rechazado, humillado, está muy pendiente de toda actitud que denote desprecio, ironía o compasión.